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Una vida entre pelucas y postizos en Madrid #2

Antoñita abrió un cajón y sacó un grueso álbum de tapas blancas. Lo puso sobre una mesa de madera y sentó para hojearlo. Y mientras lo hacía, las fotos en blanco y negro desencadenaron más recuerdos. “Este es Fernando Fernán Gómez, que lleva bigote postizo. Este es Charlton Heston en una prueba de maquillaje para El Cid. No sabían si ponerle la cicatriz en un lado o ponérsela en otro.

Mira estas fotos: las pelucas qué bonitas quedaron. Aquí están unos que dejamos calvos. ¡Uy!, esto es de 55 días en Pekín. A estas bandas de pelo de las mujeres les llamábamos aviones. Por la noche las dejábamos engominadas y a la mañana siguiente las doblábamos.

En esta otra foto está mi marido maquillando a un caballo de plástico para una película que se llamó Las tres etcéteras del coronel, con Vittorio de Sicca. Es que a él le daba miedo subirse a un caballo de verdad y mi marido tuvo que maquillar a un caballo de plástico para que pareciera de verdad. ¿Qué cosas, no?”

Antoñita pasa una tras otra las hojas del álbum. Desliza las yemas de los dedos sobre las fotos. Cuenta detalles de las pelucas y las películas. “Este es Andrés Mejuto, que no se le oyó nombrar ya. ¿Qué habrá sido de él? Esta es una película en donde el protagonista se hace mayor mientras su mujer está en coma.

Va pasando el tiempo y así va cambiando. Lleva de todo, ¿eh? Lleva barba, peluca y hasta párpados postizos. Y cuando la mujer despierta, se enamora del médico y él se encierra en un hotel y se deja morir, je je je.”

Las cajas que nos rodean contienen pelucas de señora, de caballero, japonesas, apliques de señor, peluquines blancos de Luis XV, trensas. Antoñita abre una y enseña coleteros de señora de distintos tamaños y diferentes colores.

Cepilla un par y lo mete de nuevo a la caja. Luego muestra coronillas de cura y se detiene ante las cabezas de madera. “Son muy antiguas, algunas deben tener más de 100 años.

Porque eran de mi suegro, de quien mi marido aprendió todo. Pero todavía sirven. Estas otras son cabezas de escayola. Esta es del marido de Concha Velasco, porque para una película donde le cortan la cabeza hubo que hacerle una cabeza igual a la de él”, dice con otra sonrisa.

“También tengo por ahí unas cajas con ojos”, agrega al instante, como si tal cosa. “Mira: esto era de una película que se llamaba El Transiberiano. A mitad del viaje, el monstruo se despierta y sale y va matando a los pasajeros del tren.

Y cada vez que los mataba, los ojos se le ensangrentaban. Se le ponían rojos, tan rojos como estos que llevaban una pila para iluminarlos ¿Qué trabajo, no? Ahora esto ya…”, arguye al tiempo que los guarda como si así los devolviera al pasado.

De pronto se oye el timbre de la casa y Mercedes deja la peluca en la que trabaja sobre la mesa para ir a abrir. Es una chica que forma parte de la producción del musical Cabaret y viene a recoger las pelucas que encargó para las bailarinas: una roja, una morena y otra rubio platino. “Hacer una peluca a mano es muy difícil y ya casi no se hace.

Las fábricas de los chinos nos han desbancado”, comenta mientras las enseña. “En este momento no creo que esto lo haga mucha gente en España. Que yo sepa, mi taller es el único artesanal. De por sí, toda la vida hemos sido muy poca gente. En los buenos tiempos, cuando se hacía mucho cine, había otros dos talleres que hacíamos lo mismo.

Pero la batuta la llevábamos siempre nosotros. Y éramos muy conocidos en el extranjero.”

—¿Nunca les ofrecieron irse a trabajar a otro país?

—Sí. Estábamos haciendo La caída del Imperio Romano y estaban encantados con nosotros.

Y nos dijeron: nos gustaría que se vinieran a América. Yo me emocioné. Le dije a mi marido: ‘vámonos y ponemos una tienda en la Quinta Avenida.’ Pero él dijo: ‘¿y qué vamos a hacer nosotros en la Quinta Avenida sin comernos las gambitas de Casa Alfredo?’ Y por eso no aceptamos.

Esta mujer, hija de un repartidor de prensa y de una zapatera, “una de las perlas más preciadas del teatro” (Mario Gas dixit), en realidad de llama Telesfora Galeana Fernández. Cuando en el Registro Civil le preguntaron al padre el nombre de la niña, éste tenía tanta emoción que no lo recordaba.

Así que el funcionario le sugirió: ‘¿qué tal si le ponemos el nombre del santo que celebramos hoy?’ Y así lo hizo. Todo el tiempo, sin embargo, la gente se dirigía (y se dirige) a ella como Antoñita. Se enteró de su nombre “oficial” hasta el día en que comenzó los trámites para casarse.

El disgusto fue momentáneo porque pudo más la ilusión de unirse para siempre a su vecino-amigo-maestro, Julián Ruiz. Y hoy se presenta, siempre y ante todos, como Antoñita viuda de Ruíz.

El retrato enmarcado de la viuda de Ruiz se encuentra en el hall del Teatro Español. Lo hizo Chema Conesa y en él Antoñita aparece junto a una peluca blanca del siglo XVIII colocada en una cabeza de madera. Ella mira a la cámara y sonríe, claro.

En el mismo sitio hay otras tres fotografías. Son de Concha Velasco, José Sacristán y Mario Vargas Llosa quien, hasta hace unos meses, actuó aquí en La chunga.

Puntualiza Antoñita con una carcajada como remate: “ahora digo que me han puesto al lado de Vargas Llosa. ¡Y sin ser la Presley!”

Fuente: El pais,

http://ccaa.elpais.com/ccaa/2015/10/22/madrid/1445493770_976451.html

PELUCKAS GUETEMALA


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